TENDENCIAS. HOY: GUSTAVO POSSE
El día jueves 9 de abril del presente año, El Mercurio, connotado periódico nacional, ofrecía al público una singular noticia que por entonces sumía a los bonaerenses en una fuerte controversia. Se trataba del muro que por iniciativa del lujoso barrio de la Horqueta pretendía erigirse para separar a los vecinos de dicho sector del menos acaudalado vecindario de San Fernando. La noticia no sorprenderá mayormente al lector avisado, que tendrá frescos en la memoria los ejemplos de Berlín, Rio de Janeiro o, más en casa, Huechuraba. Los seres humanos tenemos una honda predilección por el muro, desde Stalin a Pink Floyd. Como este mismo astuto lector habrá adivinado, el cometido de la presente nota de Burdelito no es dirimir sobre la conveniencia de resguardar los bienes de las familias de la Horqueta mediante la colocación de un muro lo suficientemente alto como para que el empeño del pobre desista al primer salto mediocre y desnutrido. La literatura antropológica registra diversos estudios que comprueban la inclinación del hombre por el muro. Lo que anima estas líneas es destacar una vez más los azarosos caminos que toma el saber para abrirse paso en la vida pública. La nota de El Mercurio se titula “Fuerte controversia en Buenos Aires por la construcción de muro que separa a dos barrios”. Es una suerte que en Burdelito contemos con un equipo de gente culta y refinada que pueda desmentir los hechos y aclarar esta confusión. Para nosotros, país aún hundido en el subdesarrollo, todo esto se resume en viejos tópicos como la discriminación y el clasismo, vagas ideas que un país de más alto vuelo como Argentina ha visto superadas hace ya varios lustros. La óptica sesgada y complaciente de El Mercurio, cuya orientación ideológica no es novedad, nos ha querido convencer de que estamos frente a un conflicto socioeconómico donde el rico aplasta al pobre. Nada que ver, si me permiten la expresión. Buenos Aires, cuna de grandes artistas e intelectuales, se debatía en una controversia filosófica de primer nivel. El protagonista: Gustavo Posse, intendente de San Isidro, gestor de la idea del muro. Era de esperarse que en nuestro clima cultural, romo y algo rancio, Posse apareciera como una suerte de promotor de la discriminación y el separatismo. Posse no es más que otro intelecto agudo y perspicaz que se suma a la larguísima lista de incomprendidos.
En la imagen que el lector podrá ver más arriba se aprecia lo que desde varios círculos filosóficos ha dado en llamarse “materialismo anticategorial” (denominación más afortunada que otras que seguramente pronto caerán en el olvido, como “materialismo radical” o incluso “antiidealismo neoatomista”). Ante la edificación de lo que vulgarmente se conoce como muro, los bonaerenses, que nos superan con creces en el cultivo del debate público, discutieron largamente sobre el estatus ontológico del objeto que ante sus ojos se erguía. Los habitantes de San Fernando insistían, haciendo gala de ese apego que el hombre humilde tiene por la tradición, en caracterizar aquello como muro. Una nota de inconformidad dominaba los rostros de los vecinos de la Horqueta, desazón cuyo motivo último no se esclareció sino hasta que el intrépido Posse alzó la mano para sentenciar: “Che, esto no es un muro, son bloques de cemento”. Y cómo no, de inmediato vinieron a la mente de los sanfernandinos los párrafos iniciales del Ser y la nada de Sartre, obra de cabecera de piqueteros y dueñas de casa (¡ay, qué lejos de nuestra chabacanería farandulera!): “El pensamiento moderno ha realizado un progreso considerable al reducir lo existente a la serie de las apariciones que lo manifiestan”. Un joven morenito que agitaba un banderín albiceleste increpó a Posse: “Andá, loco, o sea que vos querés retrotraernos a los sanfernandinos a ese clima nihilista de los sesenta donde la esencia quiso verse reducida a la apariencia, doctrina insulsa que no es más que la renuncia del pensamiento a su interminable búsqueda de lo permamente en la contingencia… no me lo banco, vieja”. Los aplausos alcanzaron todavía algunas limpias manos horquetenses, rápidamente interrumpidas por Posse: “Y sí, pibe, a ver quién esconde renuncias aquí. ¿Te parece que el pensamiento se dignifica borrando lo que hay de peculiar en cada cosa en favor de un símbolo descarnado, desarraigado, vacuo? Lo que todos vemos aquí es una serie de bloques de cemento… decime dónde está el ‘muro’; te diré: el muro es el estandarte de la pereza, lo que colma la realidad es la complejidad, la pluralidad, el fractal… boludo”. Al joven no le quedó más que persuadirse. El debate, amables lectores, se prolongó por horas. Como en otras tantas ocasiones, poca justicia a los hechos ha mostrado El Mercurio, más preocupado por satisfacer a los acalorados de siempre, sembrando rencillas donde el resto queremos ver florecer el progreso y la cultura.
Para finalizar, solo cabe invitar al lector interesado a consultar la obra más reciente de Gustavo Posse, Emjambre de sucesos que llevaron mi nombre, una rica y enjundiosa autobiografía intelectual en que, ya desde el título, reafirma el autor sus convicciones filosóficas. Es notable y conmovedora la narración de cómo la figura de Borges significó desde la más tierna infancia un ejemplo de rigor y originalidad, en especial tratándose del relato Funes el memorioso, texto aún de cabecera para Posse. “Pude allí obtener las primeras intuiciones de cómo existía algo de violencia en simplificar la multiplicidad de las cosas en las denominaciones que la historia de nuestro conformismo había tristemente consagrado; advertí que la realidad estaba asfixiada”, leemos en la página 17; “tal como para Funes resultaba intolerable llamar perro al mismo animal visto de frente y de costado, así yo indagué que bajo cada nombre no había más que un cementerio de objetos clamando ser vistos”.
Gustavo Posse ha vuelto a hacer noticia recientemente, a raíz de la muerte de un poblador de San Fernando que intentaba cruzar el muro (la serie de bloques de cemento). Ante la acusación de que un horquetense le habría dado muerte de un balazo, el sagaz Posse inquirió: “La ley condena asesinar a otro de un balazo, ¿pero qué intolerable prejuicio es el que llama ‘balazo’ a esta impulsión potente de pieza metálica mediante combustión de pólvora? Un poco de seriedad, señores, un poco de seriedad”.
En la imagen que el lector podrá ver más arriba se aprecia lo que desde varios círculos filosóficos ha dado en llamarse “materialismo anticategorial” (denominación más afortunada que otras que seguramente pronto caerán en el olvido, como “materialismo radical” o incluso “antiidealismo neoatomista”). Ante la edificación de lo que vulgarmente se conoce como muro, los bonaerenses, que nos superan con creces en el cultivo del debate público, discutieron largamente sobre el estatus ontológico del objeto que ante sus ojos se erguía. Los habitantes de San Fernando insistían, haciendo gala de ese apego que el hombre humilde tiene por la tradición, en caracterizar aquello como muro. Una nota de inconformidad dominaba los rostros de los vecinos de la Horqueta, desazón cuyo motivo último no se esclareció sino hasta que el intrépido Posse alzó la mano para sentenciar: “Che, esto no es un muro, son bloques de cemento”. Y cómo no, de inmediato vinieron a la mente de los sanfernandinos los párrafos iniciales del Ser y la nada de Sartre, obra de cabecera de piqueteros y dueñas de casa (¡ay, qué lejos de nuestra chabacanería farandulera!): “El pensamiento moderno ha realizado un progreso considerable al reducir lo existente a la serie de las apariciones que lo manifiestan”. Un joven morenito que agitaba un banderín albiceleste increpó a Posse: “Andá, loco, o sea que vos querés retrotraernos a los sanfernandinos a ese clima nihilista de los sesenta donde la esencia quiso verse reducida a la apariencia, doctrina insulsa que no es más que la renuncia del pensamiento a su interminable búsqueda de lo permamente en la contingencia… no me lo banco, vieja”. Los aplausos alcanzaron todavía algunas limpias manos horquetenses, rápidamente interrumpidas por Posse: “Y sí, pibe, a ver quién esconde renuncias aquí. ¿Te parece que el pensamiento se dignifica borrando lo que hay de peculiar en cada cosa en favor de un símbolo descarnado, desarraigado, vacuo? Lo que todos vemos aquí es una serie de bloques de cemento… decime dónde está el ‘muro’; te diré: el muro es el estandarte de la pereza, lo que colma la realidad es la complejidad, la pluralidad, el fractal… boludo”. Al joven no le quedó más que persuadirse. El debate, amables lectores, se prolongó por horas. Como en otras tantas ocasiones, poca justicia a los hechos ha mostrado El Mercurio, más preocupado por satisfacer a los acalorados de siempre, sembrando rencillas donde el resto queremos ver florecer el progreso y la cultura.
Para finalizar, solo cabe invitar al lector interesado a consultar la obra más reciente de Gustavo Posse, Emjambre de sucesos que llevaron mi nombre, una rica y enjundiosa autobiografía intelectual en que, ya desde el título, reafirma el autor sus convicciones filosóficas. Es notable y conmovedora la narración de cómo la figura de Borges significó desde la más tierna infancia un ejemplo de rigor y originalidad, en especial tratándose del relato Funes el memorioso, texto aún de cabecera para Posse. “Pude allí obtener las primeras intuiciones de cómo existía algo de violencia en simplificar la multiplicidad de las cosas en las denominaciones que la historia de nuestro conformismo había tristemente consagrado; advertí que la realidad estaba asfixiada”, leemos en la página 17; “tal como para Funes resultaba intolerable llamar perro al mismo animal visto de frente y de costado, así yo indagué que bajo cada nombre no había más que un cementerio de objetos clamando ser vistos”.
Gustavo Posse ha vuelto a hacer noticia recientemente, a raíz de la muerte de un poblador de San Fernando que intentaba cruzar el muro (la serie de bloques de cemento). Ante la acusación de que un horquetense le habría dado muerte de un balazo, el sagaz Posse inquirió: “La ley condena asesinar a otro de un balazo, ¿pero qué intolerable prejuicio es el que llama ‘balazo’ a esta impulsión potente de pieza metálica mediante combustión de pólvora? Un poco de seriedad, señores, un poco de seriedad”.
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