domingo, 5 de abril de 2009
SUMARIO
Bienvenido a Burdelito. Antes de ofrecer una síntesis de los contenidos de esta, la primera edición, hemos de hacer un par de recomendaciones prácticas. Usted encontrará aquí producciones de diversa índole: poesía, narrativa, ensayo, figuritas de plasticina y artes gráficas, cuyo orden es disperso y alternado; por tanto, conviene que esté advertido de ciertas etiquetas que, por escasa fe en la espontaneidad del espíritu, preferimos incluir de guía en el paseo al que lo invitamos. Si la página se ha acabado, cual si fuera una revista de papel, no se desanime: eche mano del recurso que nuestro equipo de informáticos llama 'click' y prosiga. Así, la revista está integrada por: Jóvenes poéticos, que reúne poesía; Hechos con sus amos, que incluye narrativa; Todo lo real es racional, correspondiente a ensayo; Alguien lo vio, que agrupa artes gráficas, y, por último, Figuritas de Plasticina, que convoca variadas investigaciones cuya autoría y propósito se reserva celosamente el grupo editorial de Burdelito. Preste atención, asimismo, a algunas otras secciones que pueden asaltar su trayecto: Flaite Ilustrado -que responde a la necesidad de salir del fango lingüístico que sume a nuestros connacionales- y un par de espacios más. Agradecemos, también, a la señorita Yumbel Góngora por habernos facilitado tan cordialmente algunas de sus estupendas fotografías.
Pues bien, en esta edición:
- Figurita de plasticina: LUNOR.
- Jóvenes poéticos: Cortos, por Alexánder Páez.
-Figurita de plasticina: Laberintos olvidados. Hoy: Titi.
-Jóvenes poéticos: poema en dos secciones de Pía Aravena.
-Hechos con sus amos: Final del juego, por Jael Valdivia Latin.
-Jóvenes poéticos: Me hago con tus chalitas un recuerdo, por Carlos Azócar.
-Figurita de plasticina: El informe Meteoro Onto Teo Lógico, de Ludwig Weinstein.
-Jóvenes poéticos: Juguito de pelota, por Juan Pablo Rodríguez.
-Hechos con sus amos: Medidas preventivas, por Matías Jaque.
-Figurita de plasticina: Tipología del abismo.
-Jóvenes poéticos: poema de Ernesto Feuerhake.
-Todo lo real es racional: Facebook, o la virtual vida de los Otros, por Álvaro Jiménez.
FIGURITAS DE PLASTICINA: Lunor
Para qué hablamos si existe la luna? Cuántos pasos hay del silencio a la palabra? No lo sabemos. Depende de la capacidad de renuncia ante la vida, y de los gatos. Ayer, mientras miraba a mi gato jugando con la luna, pensé en algo que quiero compartir hoy con ustedes. ¿Para qué hablamos? porqué no nos quedamos callados y nos comprendemos así nomás, como los enamorados. Nos hemos desenamorado del mundo, y como nadie sabe saber lo que siente, hablamos y llenamos con palabras la ausencia fundamental del decir. De eso se tratan las palabras, de desaparecer. Nos escondemos en ellas, y no sabemos que ellas son como el refugio oscuro de la sal gritando en el mar, hirviendo una y otra vez sobre la noche, rompiendo una y otra vez sobre esta orilla que somos nosotros cuando miramos la luna y sabemos que existe. Que las palabras nos traicionan, por supuesto que sí; nosotros también hacemos otro tanto con ellas, porque no queremos asumir el filo y la herida que nos causa. No se trata de ponernos a llorar y anunciar el fin del mundo; se trata más bien de llegar a un acuerdo con aquello que, excediéndonos, nos prefigura en las palabras. Y aquí no hay movimiento que valga; las palabras son como flechas o como balas que atraviesan el cuerpo de las cosas, un estertor que vacía al mundo y lo detiene para fotografiarlo de una vez y para siempre. La palabra es lo que causa la muerte y la caída, el muro vacío de las inscripciones, de los jóvenes que se tocan y se saben amar. Hay una palabra que encontré ayer, en la noche, mientras la música del aire ahogaba en su sueño a los mayores y yo contemplaba desde mi pieza el afuera, buscando acaso un pretexto para vivir. Lunor. Esta palabra que acabo de hacer es el clamor de la luna, el momento exacto en que la luna no es ni una moneda, ni el rostro de alguien que perdimos, es el dulzor y el clamor de una luz tibia que clarea las sombras y nos vigila callando. Es un momento detenido, una duración petrificada en el tiempo y en el espacio perforado. Lunor es algo que sucede y no sucede a la vez, algo que secretamente nos obliga a mirarnos a la cara y decir todas las cosas simples que abrigan la noche; un suspiro, un asentimiento, una confesión, un duelo, en fin, el hilo invisible de las cosas muertas en su decir repentino y dulce. Quiero decir, o nos escondemos o desaparecemos. Nos escondemos para hacernos un rostro inexpresivo entre culpa y culpa, para seguir atando los nudos sin tallar el fondo. Una cruz en el portamaletas. O desaparecemos en lo callado, diciendo sin decir el grito sofocado del dolor y la culpa y el arrepentimiento y la impotencia de no poder desatar lo desatado. Desaparecemos para ser todo lo que más allá de nosotros nos invoca, nos nombra y nos hace nombrar, nos participa de lo que nos falta y nos hace querer con dignidad, como el gato a la luna. Lunor es un portazo grave, un golpe que nosotros hemos decidido dar a sabiendas de lo poco que pesa nuestra voluntad en el destino de las puertas y de los caminos que se abren y se cierran, de las bocas selladas dispuestas a besar.
Para qué hablamos si existe la luna? Me pregunta sonriendo la cola de mi gato.
JÓVENES POÉTICOS: Poema de Alexander Páez
Cortos
por Alexander Páez
1
Cada vez que un perro muere
otros tantos más dejan de llorar
y más de algún humano sabe
que su risa es
humo absorbido por el fuego.
3
Dos saludos tuvieron las mañanas,
cada Sol dos nubes refrescantes,
y mi ojo dos reflejos que alegraron
los pobres dientes amarillos.
8
Me quieres.
Te quiero.
Mejor separarnos
antes de sufrir
por no querernos.
FIGURITAS DE PLASTICINA: Laberintos olvidados
LABERINTOS OLVIDADOS. HOY: TITI.
Queremos agradecer un gesto y aclarar otro tanto. Queremos agradecer la gentil disposición que ha mostrado Titi García Huidobro para participar en la presente edición de Burdelito cediéndonos parte de su obra. El lector podrá encontrar, al final de estas páginas, una muestra de ella, en la que, a pesar de la brevedad que demanda el espacio, se aprecia la fértil impronta que le ha dado renombre en los círculos entendidos. Lo que, naturalmente, quisiéramos aclarar, es la incomprensión de que ha sido objeto, por parte del público masivo, la controversial figura de Titi. En efecto, muchos pretenden confinar a nuestra autora a ese ínfimo paso suyo por televisión. Para quienes no estén familiarizados con el movimiento cultural que, a fines de la década de los ochenta, gestara un grupo de jóvenes disconformes (nos referimos, claro, a Las vírgenes chúcaras), nos vemos obligados a realizar una pequeña referencia biográfica. Titi García Huidobro, más conocida en el medio de las artes visuales como Tigra Wida, fue una de las principales precursoras de lo que más tarde se llamaría, echando mano de un tecnicismo, “autoinstalación perdurable”. Dicha práctica artística consistía, como variante de las instalaciones, por entonces en boga, en una aplicación a éstas de los aportes estéticos de la performance tradicional. No obstante, las autoinstalaciones perdurables no son una simple sumatoria de subprácticas derivadas. Un tercer elemento, aporte personal de Titi, es el de la perdurabilidad. Pero dejémonos de metalenguaje. En concreto, en una autoinstalación perdurable el artista se cede como objeto central de la instalación, configurando una práctica que se inserta en un contexto social más amplio. Lo que anima esta acción, en la que se confunde ficción y realidad, es ejercer una crítica hacia el dominio social respectivo, por medio de la vivificación activa de sus códigos principales, en un tiempo que debe ser mayor al que necesitaría cualquiera para advertir que se está frente a una acción de arte. El espectador/ciudadano debe confundirse hasta el punto de que, dado que no hay instancia real frente a la que la parodia y la idiotez puedan explicitarse como tales, piense que, efectivamente, el autoinstalado perdurable es aquello que critica y denuncia. Así, lo que seguramente algunos de nuestros lectores habrán visto durante algunos años en varios canales de la televisión nacional no es sino Rusia de la tele I, parte de un ambicioso proyecto que hacia comienzos de los noventa abrigara Titi, el que, por giros en su pensamiento artístico, fue abandonado. Mientras que algunos colegas admiraron, y siguen admirando hoy, la valentía y el arrojo, el sacrificio y la tenacidad de Titi, otros, sobre todo pertenecientes a las generaciones más jóvenes, han olvidado, o sencillamente nunca conocieron, el proyecto artístico detrás de la nimia personalidad de la Titi García Huidobro que el televidente común identifica.
Hoy, Titi García Huidobro ha dejado de lado las artes visuales para retomar la que fuera su principal preocupación durante la década de los ochenta: la poesía. La muerte de su madre, acaecida en 1998, producto de una lamentable autodeterminación, dejó una huella imborrable en el espíritu de Titi, quien, ya en el 2000, decidió, con la misma energía y rudeza intelectual de que nacieran sus aportaciones en las artes visuales, sumergirse en el mundo de la religión y el misticismo. Presentamos aquí un poema, integrante de su inédita colección Las altitudes llanas, que revela su, según algunos, acaso obsesivo interés por la figura de Dios, figura, con todo, tan problematizada como reiterada en sus versos, en la que confluyen desde aspectos propiamente espirituales hasta conflictos políticos de la historia reciente. Los críticos se han visto divididos al respecto: hay quien señala que el poema aquí presentado sugiere una “interesantísima imantación sublimada de la figura multiforme del padre”, mientras que otro ha declarado que no pasa de ser un “abuso panteísta”. A este último, con la agudeza que la caracteriza, Titi ha contestado: “Estas líneas son, acaso, el eco de una síntesis que a usted, señor X, le llevaría toda la vida leer”. Dejamos, pues, al lector con “Presencias”.
PRESENCIAS
Los ojos de Dios
Las tardes de Dios
Las sombras luengas de Dios
El sordo temblor de Dios
Las ciegas grietas de Dios
Los mudos soles de Dios
Las inolorantes raíces de Dios
Los intáctiles precipicios de Dios
Los azotes de Dios
Los perdones de Dios
El humo olvidado de Dios
El ladrillo de Dios
El dedo de Dios
La uña de Dios
La mesa de Dios
Las lentejas de Dios
Las lentejuelas de Dios
Las polainas de Dios
Los porotos de Dios
Los bototos de Dios
Los escotes de Dios
Los bigotes de Dios
Los amigotes de Dios
Las ampolletas de Dios
Las vinagretas de Dios
Las cunetas de Dios
Los cometas de Dios
Las tetas de Dios
La Eta de Dios
La zeta de Dios
La ce de Dios
La ese de Dios
El sonido sibilante
Único, ágrafo, de Dios
Don de Dios
dar los dados que
los dedos diluvian
en la duda del adiós
o en el adiós de la duda
Dios mío
(2005)
Hoy, Titi García Huidobro ha dejado de lado las artes visuales para retomar la que fuera su principal preocupación durante la década de los ochenta: la poesía. La muerte de su madre, acaecida en 1998, producto de una lamentable autodeterminación, dejó una huella imborrable en el espíritu de Titi, quien, ya en el 2000, decidió, con la misma energía y rudeza intelectual de que nacieran sus aportaciones en las artes visuales, sumergirse en el mundo de la religión y el misticismo. Presentamos aquí un poema, integrante de su inédita colección Las altitudes llanas, que revela su, según algunos, acaso obsesivo interés por la figura de Dios, figura, con todo, tan problematizada como reiterada en sus versos, en la que confluyen desde aspectos propiamente espirituales hasta conflictos políticos de la historia reciente. Los críticos se han visto divididos al respecto: hay quien señala que el poema aquí presentado sugiere una “interesantísima imantación sublimada de la figura multiforme del padre”, mientras que otro ha declarado que no pasa de ser un “abuso panteísta”. A este último, con la agudeza que la caracteriza, Titi ha contestado: “Estas líneas son, acaso, el eco de una síntesis que a usted, señor X, le llevaría toda la vida leer”. Dejamos, pues, al lector con “Presencias”.
PRESENCIAS
Los ojos de Dios
Las tardes de Dios
Las sombras luengas de Dios
El sordo temblor de Dios
Las ciegas grietas de Dios
Los mudos soles de Dios
Las inolorantes raíces de Dios
Los intáctiles precipicios de Dios
Los azotes de Dios
Los perdones de Dios
El humo olvidado de Dios
El ladrillo de Dios
El dedo de Dios
La uña de Dios
La mesa de Dios
Las lentejas de Dios
Las lentejuelas de Dios
Las polainas de Dios
Los porotos de Dios
Los bototos de Dios
Los escotes de Dios
Los bigotes de Dios
Los amigotes de Dios
Las ampolletas de Dios
Las vinagretas de Dios
Las cunetas de Dios
Los cometas de Dios
Las tetas de Dios
La Eta de Dios
La zeta de Dios
La ce de Dios
La ese de Dios
El sonido sibilante
Único, ágrafo, de Dios
Don de Dios
dar los dados que
los dedos diluvian
en la duda del adiós
o en el adiós de la duda
Dios mío
(2005)
JÓVENES POÉTICOS: Poemas de Pías Aravena
por Pía Aravena
i) La historia.
Una cuerda amarrada
De un árbol a un mástil hechizo.
Nuestro trapecio.
Es sin zapatos, María Paz.
Tú también hiciste trampa,
desde la próxima es limpio.
Ya.
Ya.
Una melodía insecable
Que gotea su monótona incertidumbre
m m m m m m m
concentra la mirada en la cuerda,
las manos en el árbol no recuerdan que deben soltarse.
Se mueve mucho.
Está quieta, apúrate.
Una niña soleada me lo dice.
Me está diciendo que el miedo se está hinchando
ay una niña que está viviendo mi primer duelo
como si fuera un juego de cuerda floja.
Nunca entendería,
Estoy sola en esto
He crecido 10 años sobre el tambaleo
y no tengo con quién hablar.
La niña sigue abajo
todavía en paz,
por un segundo comprendo el juego.
ii) El poema
Quiero contemplar aquello que hace surgir
esa comprensión sin esfuerzo
que nace sin parto, sin coito, sin mensajes angelicales
de que la importancia es un agregado de capas
Cuando el momento se saca un manto
el siguiente copiará a su antecesor
y cada vez huele más rico
Algunas veces, a los 60 años
que cumpliré en 60 años
miro hacia abajo lo que resta de mi cuerpo
y comprendo que nunca estuve tan desnuda.
Aquí, pero en la lejanía, abrazo a la vieja nacida recién
y con el punto cardinal desaparecido
me muevo sin frío
descansando,
caminando sobre la cuerda que ya no se mueve
(que nunca se movió sola).
Al son de mis propias carcajadas diafragmáticas
Y del último castañeo de mandíbulas
resentidas por el chicle
que mastiqué desde los 16 hasta los 23
pego mi segunda membrana
debajo del asiento de la universidad mentirosa
que en una económica y misteriosa
continuidad de mesa y silla
sostuvo el tedio, la esperanza y el desaliento.
El pueblo de los murales de la justicia social
mira con sospecha inquisidora
a la chiclómana que mendigó educación
a cambio de un lugar para deshacerse de
membranas y chicles.
Ese acto me transporta hacia el horizonte
que no tiene foco, que no colinda;
hacia la mancha de color indefinido
que es mi ternura y mi caída,
que es la cuerda y mis pies firmes.
HECHOS CON SUS AMOS: Cuento de Jael Valdivia
Final del Juego
por Jael Valdivia Latin
Por fin no hay ruido. Menos mal, porque yo estoy cansado de mirar la pared que cada vez se pone más roja, y a mí me cargan las paredes rojas que gotean mucho, sobre todo si chorrean en las caras de las personas que quieren dormir. Dormir mirando el tragaluz que está arriba, en el techo.
Una vez escuché que cuando uno muere, va al cielo y puede ver de cerca las estrellitas blancas que se ponen algunas noches cuando el tragaluz está limpio. Debe ser lindo mirarlas tan cerca y saludarlas con la mano para que te conozcan, así cuando las veas de nuevo te guiñen el ojo y sonreír tranquilo en el cielo. Lastima que eso pase justo cuando uno muere y a mi me falta tanto, unos cien o doscientos años, depende cómo vaya la vida, mi tía Julia (que ya debe tener unos cientocincuenta) dice que a veces es bonita la vida, en la juventud sobre todo, yo le creo, cuando uno está en el jardín con las tías es tan feliz, y ahora a los ocho años, con los profesores... todo ya tan acabado. Me da pena, por eso uno tiene que entretenerse en algo, para evitar estar esperando como tonto en la cama que llegue la mañana y volver al colegio, eso es lo que no entiende la tía, no aguanta que yo juegue a las bolitas y por pura maldad me las guarda con llave, toda la noche, y yo tengo unas ganas de pedírselas por un ratito aunque sea, para poder mirarlas, pero no me atrevo, seguro que a esta hora debe estar en su cama durmiendo a pata suelta...
Es difícil estar así, con las bolitas controladas día y noche en el velador de la tía Julia, mirar ese feo mueble con los bordecitos brillantes, el dolor de estomago, y esperar el único momento donde puedo jugar: en las tardes. Cuando llego del colegio y me tomo la leche con plátano rapidito para ir a la plaza y encontrarme con el Carlos. La tía dice que me hace mal tomar todo tan rápido, yo le digo que no es tanto, porque si llego a la plaza luego voy a poder entrenar más y tal vez participar en algún campeonato mundial de bolitas. Y salir en la tele y todo. No me cree, pero el Carlos sí, él sabe que tengo talento. Bueno, eso yo ya lo sabía desde hace como dos meses cuando compre mis primeras bolitas y me puse a jugar en la plaza, ahí fue donde conocí al Carlos, me acuerdo que él estaba sentado en un banco, uno verde con las maderitas quebradas en el centro, como casi todos los bancos de las plazas, y yo trataba de jugar a las bolitas pero no podía, las lanzaba a cualquier lado, sin nada de técnica, las caras que pone uno cuando está enojado puede dar risa a veces, sobretodo si se encuentra en una plaza con el Carlos ahí mirando. Yo insistía, insistía hasta que pude, una chita el primer día, ese era un logro, y me puse a saltar por todos lados, y me decía, qué talentoso, qué talentoso hasta que todos se pusieron a reír, incluso el Carlos, qué rabia, todos burlándose, entonces juré no volver a la plaza, no poner siquiera un pie en toda mi vida, soy un niño de palabra y un juramento no se quiebra así tan fácil, pensaba, y no pude. Yo había cumplido dos semanas sin ir hasta que un día sábado en la mañana mientras jugaba apenado entre las rosas de tía Julia, lo vi afuera, al Carlos, con sus piernas super largas y la mirada rara en la vereda, estaba mirando la casa con los ojotes como huevos duros. Al principio no le tomé atención, era un desconocido, ni siquiera sabía su nombre, hasta que se acercó lentamente y su sombra se hacía grande grande, estaba asustado:_ Te cambio dos ojos de gato por esa_ Los ojos de gatos son bolitas chiquitas, y él quería cambiarla por mi bolón, estaba loco, así conocí al Carlos.
No sé por qué al principio estuvo tan amistoso conmigo, debe ser por el bolón, creía, pero en realidad era porque yo tengo talento y como él andaba buscando un discípulo tenía que caerme bien, obvio, además los verdaderos maestros nunca son malas personas. Eso lo sé porque en una película de karatekas aparecía un viejo con cara rara y le enseñaba al otro todas sus técnicas, él era bueno. El Carlos también. Las primeras clases no fueron como clases clases, al Carlos le gusta empezar con pura teoría, que al final todos son bolitas andantes y hacen chita y cuarta a cada rato, a uno le abren la mente esas palabras tan bonitas, como él dice: es pura filosofía. Luego vino practicar todas las tardes, a escondidas eso si, porque si la tía se enterara de que recibo clases me pegaría fuerte, eso me dijo el Carlos, entonces mejor no. Al principio practicaba en la plaza, pero ya renunciamos, hay muchos niños, además es difícil con el piso de tierra hacer rodar las bolitas, las piedras y gusanos siempre se cruzan en el camino, por eso a veces practicábamos en mi casa, si no estaba la tía claro, el Carlos siempre me preguntaba cuándo podíamos entrenar allá, le gusta mi casa parece. A mi también me gusta, porque es muy grande y tiene muchas cosas que mostrar, cuando en la tarde entramos yo le explico que ese jarrón es de china y ese pilucho de Italia y que todo es muy caro porque mi tío Adolfo que en paz descanse, viajaba mucho y se los mandaba por correo a la tía Julia. Me gusta decirle eso al Carlos, pone los ojos grandes y dice, tienes mucha suerte, mucha suerte y mira de arriba hacia abajo, de arriba hacia abajo, tratando de agarrar algo y yo retándolo porque la tía se va a enterar si falta alguna cosa. Y la tía siempre cuida muy bien sus cosas, las anda limpiando todo el día y me cuenta las historias de cada una, eso le encanta a ella, se pasa horas, y yo a veces no más la escucho cuando estoy aburrido, es decir cuando no hay clases de bolitas. A la tía Julia siempre le tiembla la mano cuando habla, debe ser un tic como dicen todos, pero yo creo que siempre está nerviosa, con tantas cosas en la casa, limpiando y cuidando todo, los nervios no le alcanzan, por eso el doctor me dice que la cuide harto y que no la haga rabiar, uno aparte de entrenarse para el campeonato de bolitas tiene que cuidar a viejitos, eso le dije y él movió la cabeza no más, igual que yo, son demasiadas responsabilidades para un niño. No debo pensar en ellas porque me quitan la concentración, justo ahora cuando hace como dos días el Carlos me dijo que mandó una solicitud a los organizadores del campeonato y como él tiene influencias me aceptaron sin problema. Menos mal que conoce gente sino estaría hasta el otro año practicando todos los días mientras otro se gana el trofeo que es mío. Mío para siempre y estoy esperando que salga el sol y llegue el Carlos que me va a despertar temprano para viajar hasta la ciudad donde se va a realizar el campeonato, ojalá que me vaya bien, y que la tía Julia acepte que yo vaya hasta allá. Hoy él va a hablar con ella, en la noche claro, porque ahí está menos nerviosa y casi seguro que acepta, por eso le dejé la puerta abierta al Carlos para que pasara sin problemas. Yo sé que la tía Julia va a acceder, le prometí que si iba, le traería una escultura bien bonita de allá, no me respondió nada, pero yo sé que le gustó la idea. Esa sonrisa un poco irónica y el movimiento de cabeza, sí, está súper feliz. Y yo no debería estar escribiendo estas cosas hasta tan tarde, me va a costar mucho despertar mañana, los ojos van a pesar montones, todo por culpa de la tía, porque hace unos veinte minutos que el Carlos llegó y la tía lo sorprendió en la salita de las estatuas, pobre Carlos, y la tía, puro grito, que llámate a los pacos y todo eso, sí, se puso un poco loca. Entonces ambos entraron a su pieza, que está al lado de la mía y gritos y gritos hasta que de pronto un ruido fuerte, como de fuegos artificiales de año nuevo y pura calma. Entonces yo creo que por fin se entendieron y me voy para el campeonato, bueno, eso creo, ojalá que mañana la tía este más feliz, porque yo, me voy con el Carlos a jugar bolitas. Por eso me tengo que dormir luego, a pesar de que la pared gotea un poco agua rojita, eso es natural, me digo, lo bueno es que por fin no hay ruido.
JÓVENES POÉTICOS: Poema de Carlos Azócar
Me hago con tus chalitas un recuerdo
por Carlos Azócar
Me hago con tus chalitas un recuerdo
Entre las huellas de los felinos ausentes
Y Entre sus selvas inmensas de marihuana
Media hora y ya no es domingo
Comienza todo
y observo conmovido
cómo tus chalitas te devuelven de tu sueño
siempre
descalza te has calzado
y acá seguirás tipiando ideas ajenas
ya sé…
no le crees a nadie
a mí tampoco…
y a veces me da lo mismo
porque confío en los otros gestos de la entrega
y también
por que prefiero
contarte al oído
mis tristes mentiras
que me permiten seguir viviendo
FIGURITAS DE PLASTICINA: El informe meteoro-onto-teo-lógico
El informe meteoro-onto-teo-lógico de nuestra ciudad y del Mundo, proyecciones y prolegómenos avalados por la Dirección Meteoro-onto-teo-lógica de Chile, en una columna bajo la difusa pero confiable autoría de Ludwig Weinstein.
Un informe diferante
Este no es un simple programa de pronósticos; es un servicio a la comunidad, ameno y cercano, que hace de las veleidades del tiempo atmosférico un conjunto de fenómenos perfectamente comprensibles, como hubiese dicho Kant, trasnochado, habiéndose acostado a las 21:03 de un día domingo. Con la erudición de Ludwig Weinstein, nuestro pronóstico logra un estilo formal que lo ha convertido en el preferido del público culto en Chile.
El calor nos atonta (Mersault), nos duerme (Descartes). Digo esto porque el Tiempo ha de recrudecer su calor recrudo debido al ya tan bien mentado Calentamiento Global, del que nuevamente tienen toda la culpa los analíticos de Estados Unidos, preocupados del lenaguje mientras lanzan al resto del mundo –sus basureros, ellos creen- su basura. En todo caso, tendremos calor. Los sabios preferimos el agua, que nos baña como lluvia dorada escrupulosa y limpia, virginal. Pre-siento (Heidegger) a-la-mano un frente de aguas, pero (per hoc) distancia inconmensurable (geometrías no euclidianas) me es desconocida (Kant). Yo sólo sé que tendremos calor. Siempre el calor. Pero ya basta de sabiduría conceptual eclosionante (Hegel) y dirijámonos a lo nuestro, a las cosas mismas (Husserl). Wilde, el genéricamente alienado, dijo que la práctica era el terreno en que las teorías se reducían al absurdo, pero nada más falso (Aristóteles) cuando se trata del Tiempo, pues, ¡qué gozo tremendo (del verbo latino tremere = temblar), qué verdad insoslayable (Kropotkin) en la del paraguas que se abre como flor primavórea para recibir tierno las gotas aéreas, mónadas (Leibniz) del agua generosa (Larraín) que en verano y que -¡ay de ellas, ay de los poetas!- durante la mayoría del año habrán de esconderse ante el imponente Sol que sale, saludando, salado y zalamero a veces salteado saltando solícito. Pero cabe aún, amigos míos, preguntarse… ¿Y si el sol…? (Hume). Pero esto quedará para la próxima entrega.
Un informe diferante
Este no es un simple programa de pronósticos; es un servicio a la comunidad, ameno y cercano, que hace de las veleidades del tiempo atmosférico un conjunto de fenómenos perfectamente comprensibles, como hubiese dicho Kant, trasnochado, habiéndose acostado a las 21:03 de un día domingo. Con la erudición de Ludwig Weinstein, nuestro pronóstico logra un estilo formal que lo ha convertido en el preferido del público culto en Chile.
El calor nos atonta (Mersault), nos duerme (Descartes). Digo esto porque el Tiempo ha de recrudecer su calor recrudo debido al ya tan bien mentado Calentamiento Global, del que nuevamente tienen toda la culpa los analíticos de Estados Unidos, preocupados del lenaguje mientras lanzan al resto del mundo –sus basureros, ellos creen- su basura. En todo caso, tendremos calor. Los sabios preferimos el agua, que nos baña como lluvia dorada escrupulosa y limpia, virginal. Pre-siento (Heidegger) a-la-mano un frente de aguas, pero (per hoc) distancia inconmensurable (geometrías no euclidianas) me es desconocida (Kant). Yo sólo sé que tendremos calor. Siempre el calor. Pero ya basta de sabiduría conceptual eclosionante (Hegel) y dirijámonos a lo nuestro, a las cosas mismas (Husserl). Wilde, el genéricamente alienado, dijo que la práctica era el terreno en que las teorías se reducían al absurdo, pero nada más falso (Aristóteles) cuando se trata del Tiempo, pues, ¡qué gozo tremendo (del verbo latino tremere = temblar), qué verdad insoslayable (Kropotkin) en la del paraguas que se abre como flor primavórea para recibir tierno las gotas aéreas, mónadas (Leibniz) del agua generosa (Larraín) que en verano y que -¡ay de ellas, ay de los poetas!- durante la mayoría del año habrán de esconderse ante el imponente Sol que sale, saludando, salado y zalamero a veces salteado saltando solícito. Pero cabe aún, amigos míos, preguntarse… ¿Y si el sol…? (Hume). Pero esto quedará para la próxima entrega.
JÓVENES POÉTICOS: Poema de Juan Pablo Rodríguez
JUGUITO DE PELOTA
por Juan Pablo Rodríguez
Un arco lleno no es lo mismo que un arco vacío.
En un arco vacío uno toma la pelota, se apoya con la derecha, mira, y es gol.
Y a veces no hace falta ni apoyarse ni mirar.
En un arco lleno, en cambio, hasta al sol le cuesta romper la red
y el aire tiene que hacer malabares para ahogar el más allá de la línea.
En un arco vacío todos pierden, incluso los que ganan.
En un arco lleno, en cambio, el empate es casi universal.
En un arco vacío la tierra no se levanta para esparcir su ternura y su niebla.
Y nadie sale a cortar cuando el delantero se encuentra sólo frente al arco y ve ante sí un enorme hueco, vacío como un mundo sin partidos.
En un arco lleno el polvo es pan de cada día, y los azotes son el revés de esas extrañas ganas de no tenerse.
Cuando se ha crecido junto a un arquero,
es bonito saber que no es cuestión de tirar un globito
desde mitad de cancha
y convertir.
HECHOS CON SUS AMOS: Cuento de Matías Jaque
Medidas Preventivas
por Matías Jaque
Un día en que el hombre aquel llegaba a casa más cansado que de costumbre, se encontró con que, entre el lote de cartas, por lo general cuentas diversas, había una que era carta propiamente tal. Es decir, en sobre blanco y con destinatario en cursiva. Le sorprendió ver su nombre escrito por la mano de otra persona. Se sentó y sacó del sobre una hoja en que decía lo siguiente:
Muy estimado señor:
Le escribo para solicitarle ayuda. Viene el tren. Se encuentra a pocos metros y, dada la velocidad que alcanza, no conseguiré por mis propios medios evitar su impacto. No demando de usted más que un breve empujoncito. Basta que me haga a un lado y listo. Es mi última esperanza. Ya siento la brisa que su avance arrollador hace llegar hasta mi cara. Se lo ruego, apreciado señor, un empujoncito será suficiente. Viene el tren.
Saludos cordiales.
En el lugar del remitente no venía un nombre, sino una fecha. Específicamente, quince años después de ese día. Bajo ella, se indicaba un lugar bastante preciso: el cruce ferroviario número cinco de la línea X, trece tablas hacia el sur desde la marca amarilla que establecía el límite del paso peatonal. Por último, aparecía un par de números que, dadas las informaciones anteriores, no podía ser sino una hora, y así lo concluyó el hombre. A las tres de la tarde con trece minutos del martes veintisiete de julio de 2023, en dicho lugar y no otro.
La primera reacción del hombre fue arrojar la carta a la basura, aunque, por parecerle su contenido algo curioso, decidió conservarla hasta averiguar quién le había gastado lo que con seguridad era una broma. Con el tiempo, el asunto quedó perfectamente olvidado.
La última semana de julio del año 2023, nuestro hombre se encontraba en medio de una mudanza. Como ello implicaba ordenar cada cosa de las que componían sus haberes, fue inevitable que, en cierto momento, el hombre se topara con la carta, ya vieja y amarillenta, que había llegado a su casa quince años atrás. Una leve sonrisa siguió a la inicial extrañeza que el olvido de la carta había provocado. La guardó en su bolsillo. Ya en su nueva casa, advirtió que estaba a tiempo para dirigirse al lugar en cuestión. La misma curiosidad que años atrás le moviera a no tirar el sobre, le incitó ahora a visitar el cruce ferroviario de la línea X.
El día estaba gris, y las nubes parecían a punto de soltar una espesa lluvia de la que eran claro vaticinio algunas tímidas gotitas que ya empezaban a caer. Sin embargo, una sorprendente quietud dominaba el aire. Nadie caminaba por las calles de aquel barrio por cuyo límite transitaba el tren de la línea X, salvo nuestro hombre. Revisó su bolsillo, ahí estaba la carta. Alcanzó la línea. La calle por la que venía le condujo hasta el cruce número dos. Consultó su reloj: las tres en punto. A tiempo. Caminó hacia el norte hasta llegar al cruce número cinco. Consultó nuevamente el reloj: las tres y doce. Esperó unos segundos y caminó hacia el sur contando el número de tablas que indicaba el gastado papel de la carta. Una repentina brisa levantó la hoja y le impidió seguir leyendo. Alzó la vista. Frente a él, sobre una de las tablas de la línea, había un hombre algo mayor, mirando fijo, con el semblante levemente caído y las manos apoyadas sobre el vientre, el tren que a gran velocidad se acercaba. El hombre, como si todo adquiriera bruscamente sentido, le dio un empujón. El viejo cayó hacia el otro lado de la línea, oculto por los enormes vagones que irrumpieron atronando el aire y forzando a un grupo de palomas a emprender el vuelo. El hombre retrocedió un par de pasos, a la espera de que el tren acabara de pasar. Luego, cruzó la línea y dijo:
-Hola, recibí su carta.
-¡Uf! Qué alivio. Muchas gracias, no se me ocurrió otra cosa que hacer con esa mole a punto de golpearme.
-Ya. Pues nada.
-¿Le sucede algo? –preguntó el viejo, advirtiendo una nota de desazón en la mirada del hombre, mientras sacudía la hierba adherida a su ropa tras la intempestiva caída.
-La verdad, sí. Me siento algo defraudado. Por un momento pensé que esta era una de esas historias en que el hombre que escribía la carta era el mismo que la recibía, de modo que al llegar aquí me descubría a mí mismo solicitando ayuda a mi yo pasado, creando una singularidad temporal y uno de esos bucles que tanto están de moda, pero resulta que todo ha salido aburridamente bien.
-Ya veo. Lo siento mucho. ¿Podría compensarlo invitándolo a una copa?
-Ayudaría.
-Genial, vamos.
El hombre y el viejo emprendieron la marcha hacia el centro de la ciudad.
-Ah, pero queda aún algo que no cuadra… -inquirió el hombre.
-Dígame.
-¿Cómo es que pudo usted escribir esa carta si el tren estaba a punto de golpearlo, y, todavía más, cómo fue capaz de enviármela quince años atrás?
-Uf… Tampoco hay mucho misterio. Hace quince años un auto estuvo al borde de atropellarme, momento en el cual advertí que mis reflejos no eran los mismos de antes, y que, en definitiva, pronto comenzaría a hacerme viejo. De manera que me puse a enviar todas las cartas que pude para que gente de buen corazón o de gran curiosidad, categorías en las que, por suerte, puede agruparse un buen número de individuos, me ayudase en contingencias como la que tuvo usted ocasión de presenciar hace un rato.
-Entiendo.
Los hombres platicaban mientras, al cruzar la calle, un camión de productos avícolas quemaba los últimos metros que lo separaban de cometer un fatal atropello. En eso, irrumpió en la escena una mujer que empujó a ambos del punto que los convertía en blanco fácil.
-Recibí su carta –dijo directamente al viejo, como si supusiera incapaz al hombre de enviar una carta o de escribir un párrafo.
-¡Uf! Muchas gracias, señorita.
-Pues, no hay de qué.
-¿Gustaría acompañarnos a una copa?
-Sería un placer.
El viejo, el hombre y la mujer entraron en un bar.
Muy estimado señor:
Le escribo para solicitarle ayuda. Viene el tren. Se encuentra a pocos metros y, dada la velocidad que alcanza, no conseguiré por mis propios medios evitar su impacto. No demando de usted más que un breve empujoncito. Basta que me haga a un lado y listo. Es mi última esperanza. Ya siento la brisa que su avance arrollador hace llegar hasta mi cara. Se lo ruego, apreciado señor, un empujoncito será suficiente. Viene el tren.
Saludos cordiales.
En el lugar del remitente no venía un nombre, sino una fecha. Específicamente, quince años después de ese día. Bajo ella, se indicaba un lugar bastante preciso: el cruce ferroviario número cinco de la línea X, trece tablas hacia el sur desde la marca amarilla que establecía el límite del paso peatonal. Por último, aparecía un par de números que, dadas las informaciones anteriores, no podía ser sino una hora, y así lo concluyó el hombre. A las tres de la tarde con trece minutos del martes veintisiete de julio de 2023, en dicho lugar y no otro.
La primera reacción del hombre fue arrojar la carta a la basura, aunque, por parecerle su contenido algo curioso, decidió conservarla hasta averiguar quién le había gastado lo que con seguridad era una broma. Con el tiempo, el asunto quedó perfectamente olvidado.
La última semana de julio del año 2023, nuestro hombre se encontraba en medio de una mudanza. Como ello implicaba ordenar cada cosa de las que componían sus haberes, fue inevitable que, en cierto momento, el hombre se topara con la carta, ya vieja y amarillenta, que había llegado a su casa quince años atrás. Una leve sonrisa siguió a la inicial extrañeza que el olvido de la carta había provocado. La guardó en su bolsillo. Ya en su nueva casa, advirtió que estaba a tiempo para dirigirse al lugar en cuestión. La misma curiosidad que años atrás le moviera a no tirar el sobre, le incitó ahora a visitar el cruce ferroviario de la línea X.
El día estaba gris, y las nubes parecían a punto de soltar una espesa lluvia de la que eran claro vaticinio algunas tímidas gotitas que ya empezaban a caer. Sin embargo, una sorprendente quietud dominaba el aire. Nadie caminaba por las calles de aquel barrio por cuyo límite transitaba el tren de la línea X, salvo nuestro hombre. Revisó su bolsillo, ahí estaba la carta. Alcanzó la línea. La calle por la que venía le condujo hasta el cruce número dos. Consultó su reloj: las tres en punto. A tiempo. Caminó hacia el norte hasta llegar al cruce número cinco. Consultó nuevamente el reloj: las tres y doce. Esperó unos segundos y caminó hacia el sur contando el número de tablas que indicaba el gastado papel de la carta. Una repentina brisa levantó la hoja y le impidió seguir leyendo. Alzó la vista. Frente a él, sobre una de las tablas de la línea, había un hombre algo mayor, mirando fijo, con el semblante levemente caído y las manos apoyadas sobre el vientre, el tren que a gran velocidad se acercaba. El hombre, como si todo adquiriera bruscamente sentido, le dio un empujón. El viejo cayó hacia el otro lado de la línea, oculto por los enormes vagones que irrumpieron atronando el aire y forzando a un grupo de palomas a emprender el vuelo. El hombre retrocedió un par de pasos, a la espera de que el tren acabara de pasar. Luego, cruzó la línea y dijo:
-Hola, recibí su carta.
-¡Uf! Qué alivio. Muchas gracias, no se me ocurrió otra cosa que hacer con esa mole a punto de golpearme.
-Ya. Pues nada.
-¿Le sucede algo? –preguntó el viejo, advirtiendo una nota de desazón en la mirada del hombre, mientras sacudía la hierba adherida a su ropa tras la intempestiva caída.
-La verdad, sí. Me siento algo defraudado. Por un momento pensé que esta era una de esas historias en que el hombre que escribía la carta era el mismo que la recibía, de modo que al llegar aquí me descubría a mí mismo solicitando ayuda a mi yo pasado, creando una singularidad temporal y uno de esos bucles que tanto están de moda, pero resulta que todo ha salido aburridamente bien.
-Ya veo. Lo siento mucho. ¿Podría compensarlo invitándolo a una copa?
-Ayudaría.
-Genial, vamos.
El hombre y el viejo emprendieron la marcha hacia el centro de la ciudad.
-Ah, pero queda aún algo que no cuadra… -inquirió el hombre.
-Dígame.
-¿Cómo es que pudo usted escribir esa carta si el tren estaba a punto de golpearlo, y, todavía más, cómo fue capaz de enviármela quince años atrás?
-Uf… Tampoco hay mucho misterio. Hace quince años un auto estuvo al borde de atropellarme, momento en el cual advertí que mis reflejos no eran los mismos de antes, y que, en definitiva, pronto comenzaría a hacerme viejo. De manera que me puse a enviar todas las cartas que pude para que gente de buen corazón o de gran curiosidad, categorías en las que, por suerte, puede agruparse un buen número de individuos, me ayudase en contingencias como la que tuvo usted ocasión de presenciar hace un rato.
-Entiendo.
Los hombres platicaban mientras, al cruzar la calle, un camión de productos avícolas quemaba los últimos metros que lo separaban de cometer un fatal atropello. En eso, irrumpió en la escena una mujer que empujó a ambos del punto que los convertía en blanco fácil.
-Recibí su carta –dijo directamente al viejo, como si supusiera incapaz al hombre de enviar una carta o de escribir un párrafo.
-¡Uf! Muchas gracias, señorita.
-Pues, no hay de qué.
-¿Gustaría acompañarnos a una copa?
-Sería un placer.
El viejo, el hombre y la mujer entraron en un bar.
sábado, 4 de abril de 2009
FIGURITAS DE PLASTICINA: Tipología del abismo
El verano del año 1998 fue uno de los veranos más calurosos en Atlantida. Por aquel entonces yo me encontraba realizando un trabajo de investigación para la revista Burdelito, sobre la poesía joven del Uruguay. Trataba sobre el caso de un joven poeta que había decidido cortar por lo sano y abandonarse completamente a la poesía, suicidándose a la corta edad de 16 años. Averiguando sobre el ambiente en el cual se desenvolvía el joven poeta, las calles que frecuentaba, sus estudios, amigos, preferencias estéticas, relaciones familiares, etc, di con un grupo literario, del cual nuestro poeta había sido cofundador. No recuerdo el nombre con el que se autodenominaba el grupo, pero hurgando entre los papeles que atesoraba la tía del poeta, encontré los escritos de otro joven poeta que también había decidido quitarse la vida, meses antes de que lo hiciera el primero. Según contaba un viejito que bordeaba los 80 años de edad, pero que se veía muy compuesto, el joven había cenado esa noche tranquilamente con su familia, como era la costumbre, y había subido a su habitación para reposar la comida. Cuando la madre subió a darle las buenas noches, encontró al joven en posición fetal sobre su cama, con ambas manos inclinadas hacia fuera y con las venas terriblemente estalladas. De esta manera encontré al poeta celular. He aquí un breve recuento de algunas de sus obras más importantes: Llamadas pérdidas (1993), Mensajes de Amor de Texto o viceversa(1995), Vibraciones (1996), Salientes (1997).
EL MEJOR REENCUENTRO
DE ESPALDAS A LA CAMA
DE FRENTE A MI
T K
AMOR NO ME MIRES ASI
CUANDO DUERMAS
NUNCA +
BESOENELCUELLO
XAOO
CALLADA MAÑANA
T K +
ES PURA SOMBRA
EL OLVIDO
NO TENEMOS XQ
HACERNOS TANTO DAÑO
ESAS HERIDAS NO CATARAN
LOQ NOS FALTA
NO QUIERO TU PERDON
QUIERO TU RISA
EN MI BOCA
MAÑANA TUS OJOS
DIBUJANDOME
NO DUERMO NO SUEñO
ESPERO..BESSSOOOOOOSSS
BUENAS NOCHES
AMOR
DESCANSEMOS DE ESE
LLANTO MUERTO
Q MATA
TE HABRÁS DORMIDO
Y YO
TODAVÍA TEMBLANDO
EN LAS ESQUINAS
BESITOS SILENCIOSOSSS
ENSEÑAME A
ENCENDER
ESA TERNURA
EN QUE ME GUARDAS
EN LA COCINA
EN EL LIVING
EN EL BAÑO
EL AMOR ES UN NIñO
TRANSPARENTE
QUE REVUELVE LA CASA
DONDE JUEGO A ENCONTRARTE
EL AMOR NACE
EN LA COCINA
EN EL LIVING
EN EL BAÑO
EL AMOR SE HACE
EN LA COCINA
EN EL LIVING
EN EL BAÑO
EL AMOR SE COCINA
EN LA COCINA
SE CONVERSA
EN EL LIVING
SE BAÑA
EN EL BAÑO
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